Una mesa llena de ravioles

por Daniel Cholakian

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“Yo hago ravioles” dice alguien, probablemente joven

“Ella hace ravioles”, contesta cualquiera a su alrededor.

Este es un diálogo posible en casi cualquier calle de una ciudad de Argentina. El contrapunto reproduce una escena icónica del cine argentino, que es parte de la película “Esperando la carroza”, estrenada en 1985. Allí Elvira Romero de Musicardi le dice a la hija “Yo hago ravioles, ella hace ravioles; yo hago puchero, ella hace puchero”, en relación con su vecina, que también estaba cocinando la pasta rellena.

Es domingo a mediodía, imaginen uno primaveral, y les aseguro que casi podrían oler el aroma a tuco en la casa. Elvira, su vecina, y probablemente muchas otras vecinas del barrio están cocinando pastas, sean spaghetti, ravioles o ñoquis. Siempre amasados en la propia casa. Seguramente ese olor se cruza con el de las carnes asadas en las parrillas de las terrazas o jardines de algunas casas. Las calles, en los domingos, están marcadas por los aromas de las cocinas del vecindario.

Aquella frase, instalada en el imaginario argentino de varias generaciones, cuenta mucho de prácticas sociales y culturales alrededor de la comida, de hibridizaciones –en ese encuentro de olores que vuelan por los aires del barrio- y de herencias que subsisten al alud de la posmodernidad, aunque esas herencias puedan ser menos concretas y más imaginarias. O tal vez el deseo de hacer propio un pasado familiar, con aroma a una pertenencia indiscutible y una identidad anclada en el barrio y las tradiciones.

Vi esta película en aquel año, 1985. Por  estos días, “Argentina, 1985”  es el título de una película que cuenta el juicio a los militares que encabezaron la dictadura más sangrienta que vivió el país, aquella que instaló la palabra Desaparecido con un sentido terroríficamente novedoso. En ese año yo era estudiante de cine y pude ver “Esperando la carroza” unos días antes de su estreno. Más tarde fui espectador en una sala comercial, y muchas veces más la he visto en la televisión; más tarde, incluso por fragmentos, la vi en diferentes plataformas de internet. 

La comedia fue popular en aquel primer momento, pero no fue elogiada por la crítica, ni un enorme éxito comercial, ni se convirtió en una referencia popular. Sin embargo, hoy algunas frases son parte del habla popular. Pero también han sido incorporadas para dar cuenta de distintas cuestiones, como la pobreza (“¿sabés que tenían para comer? Tres empanadas para dos personas, me partieron el alma”, que actualmente se resume en “Tres empanadas”) y la relación de identidad / rivalidad entre las vecinas, trasladable a cualquier situación análoga en el presente. Las dos,  “Tres empanadas” y “Yo hago ravioles, ella hace ravioles”, refieren a la comida. Y no creo que eso sea una mera casualidad, sino que está vinculado al modo en que en gran parte de nuestro país se construyen los lazos afectivos, familiares y sociales.

Si estas frases son parte del habla popular y casi un código de pertenencia, lo más sorprendente es que esto no ocurrió en aquel año del estreno, que estuvo atravesado por los relatos sobre la recuperación democrática. Cerca  de un tercio del total de las películas estrenadas en 1985 hablaban directa o indirectamente de la dictadura cívico militar instalada en Argentina entre 1976 y 1983. Ese mismo año se estrenó la que fue la primera película argentina en ganar el Oscar a la mejor película extranjera: “La historia oficial” contó la historia de las niñas y niños robados al haber nacido en los campos de concentración en los que permanecían detenidas ilegalmente sus madres, y del surgimiento de las Abuelas de Plaza de Mayo. Fue esta y no “Esperando la carroza” el suceso de crítica y público de ese año. Resalto esto porque es interesante pensar cuál fue el motivo que llevó a que se hiciera muy popular tantos años después de su estreno.

Aquí me permito una digresión. Esas dos películas permiten pensar a la mesa familiar, más que a la comida, como el eje de esa presencia en el cine argentino. La tensión familiar se expresa con los platos servidos (o en aquellos que no llegan a servirse). 

En “La historia oficial” es en la sobremesa de un domingo cuando el padre, un hombre muy mayor interpretado por Guillermo Battaglia, exiliado español en Argentina, le dice al protagonista interpretado por Héctor Alterio una frase culminante: “Todo el país se fue para abajo. Solamente los hijos de puta, los ladrones, los cómplices, y el mayor de mis hijos, se fueron para arriba”. 

Tanto en esa discusión entre padre e hijo como en el momento en que estirando unas copas de vino después de una cena algo más íntima y elegante, el personaje interpretado por Chunchuna Villafañe cuenta a la protagonista, madre de una niña apropiada -aunque no lo sepa- (Norma Aleandro), cómo fue torturada y violada cuando fue secuestrada durante la dictadura . Que las comidas que se sirven en esas mesas sean parte de nuestras tradiciones y de nuestras historias familiares, refuerza esa conjunción fundamental a la hora de generar empatía.

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Volviendo a “Esperando la carroza”, en su conversión en clásico popular los protagonistas no fuimos los espectadores originales, sino son jóvenes que incluso recién pudieron verla a partir de la edición en video, DVD o incluso a través de la circulación en la televisión o en internet. Un ejemplo de ello es el documental “Carroceros”, que muestra un grupo muy grande de personas que año tras año organizan paseos por el barrio donde ocurre la película, y que tienen como referencia la casa donde se desarrolla gran parte de la trama. Estas personas, mayoritariamente jóvenes, conocen de memoria los parlamentos y organizan juegos donde van reproduciendo escenas y diálogos. Es una generación que no solo no vio la película en su momento, sino que vive en una Buenos Aires cuya configuración edilicia -y de la idea de familia- difiere bastante de aquella.

Inevitablemente las preguntas que surgen son varias,  pero la principal es ¿por qué para generaciones de tiempos post industriales aparecen como anclaje la comida, la familia, la identidad de la familia migratoria, el barrio de clase media de una ciudad como muchas en Argentina? 

Este siglo no es un tiempo de reconstrucción de un modelo conservador de familia, y mucho menos el de las casas grandes, con espacios para largas mesas y cocinas en las que amasar pastas para más de diez personas. Esos jóvenes no tienen muchas posibilidades de identificarse con esas casas de barrios de los Musicardi. Una de las hipótesis posibles es que la funda una cierta añoranza, real o imaginaria, por ese mundo familiar que tiende a esfumarse entre edificios y comidas congeladas. “Esperando la carroza” es, aún en clave de parodia, un mundo de olores y voces familiares, de identidades intensas y pertenencias a prueba de muchas diferencias. El aroma de la comida, la voz que llama a la mesa, la pelea familiar que se reitera domingo tras domingo son, tal vez, un espacio de certezas en la terra incógnita de la posmodernidad.

Este fanatismo que tan claramente cuenta “Carroceros” puede tambiٞén ser fruto del crecimiento de los fandoms - “Esperando la carroza” como obra ofrece muchas claves para instalarse como dispositivo propio de este sistema de fans - y que esas prácticas sean también expresiones de una formar de pertenencia e identidad frente al borramiento de las tradicionales en el siglo XX y vínculos con la genealogía, profesión, comunidad o pertenencia política. 

Si esto es cierto, queda sin responder por qué las frases que más se recuerdan remiten a la comida. Todo me lleva a pensar que es por qué la comida funciona como llave para construir un universo, y que con solo mencionarla aparece en su totalidad en el imaginario de muchas personas en Argentina.

Sobre lo que no tengo dudas es que mucho de la cultura popular urbana argentina – en particular a través de la comedia en el cine y el teatro- abrevó en lo que trajeron los primeros Romeros y los primeros Musicardi, españoles e italianos. En esas construcciones nacidas en los conventillos (enormes casas donde las familias de distintos orígenes moraban en piezas y compartían espacios comunes) y en las casas familiares, años después, se configuró un universo identitario muy propio de lo nacional, que con el ascenso de las clases obreras luego del triunfo del peronismo (a partir de 1945), consolidó un campo simbólico de expectativas que esa clase media de la que “Esperando la carroza” puede ser una muestra eficaz. En ese contexto de la historia del desarrollo de lo popular en Argentina la comida y el cine fueron dos dispositivos clave para la construcción del imaginario de las clases trabajadoras. 

Cuando la decadencia del sueño de ascenso continuo del capitalismo, financiarización y concentración del capital mediante, cuya crisis se expresó fuertemente durante los años ’90 del siglo pasado en Argentina, amenazó el sueño de una mejor vida posible para las nuevas generaciones, es posible que “Esperando la carroza” fuera un espacio de refugio. 

Un espacio donde las voces familiares y los aromas de las comidas maternas vinieran a arroparnos y a devolvernos a un tiempo de certezas. Ni mejor ni peor, un mundo donde tendríamos la certeza de la mesa familiar que domingo a domingo traería la pasta o el asado y las sobremesas con las discusiones conocidas.

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Daniel Cholakian. Sociólogo y periodista especializado en temas culturales. Va y viene entre el periodismo, la docencia universitaria y el trabajo en el Ministerio de Cultura de la Nación. Lo permanente es el sueño de una Patria Grande latinoamericana y las ganas de hablar de políticas culturales. En Twitter suele compartir notas y actividades.

La Delmas. Ilustradora y artista de NFT. Nacida y criada en el conurbano bonaerense, inspirada 100% en mis orígenes y el costumbrismo. Amante de la comida casera y el buen comer. Síguele en Instagram.

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